Puedo ser una tía cualquiera que pasa inadvertida o que llama la atención por su físico, no precisamente precioso, sino más bien todo lo contrario. Piernas gordas, demasiada tripa, una cara horrible y el pelo desaliñado. Parece que me quiero demasiado.
Pero a pesar de odiarme, de ver que la gente se mete conmigo y me mira mal, hace sarcarmos de mi físico y a pesar haberme sentido horriblemente mal durante tanto tiempo por mi físico, he aprendido a ser feliz, que al final es lo importante.
Aprendes con el tiempo que el físico entra por los ojos, pero que la personalidad es lo que enamora y por desgracia los jovencitos aún no lo ven y solo pretenden hacer daño. Aprendes también a respetar y a intentar subir la autoestima a esos que la tienen baja, o que aunque la tengan alta se ponen a la altura del betún haciéndo que tú te sientas peor de lo que te has podido llegar a sentir. Aprendes a diferenciar la tremenda gama de colores que hay entre el blanco y el negro, y empiezas a apreciar los diferentes tonos de gris. Aprendes que el amor reside en uno mismo y que hay que ser egoísta y empezar a tener un poquito de egolatría en este mundo. Aprendes que lo malo pasa y que al final lo que perdura en el recuerdo es lo bueno. Y lo más importante, aprendes a ser feliz dejando de lado cualquier crítica venenosa que pretenda herirte, aprendes a sonreír, a llevar puesta siempre la sonrisa delante del mundo.

"Las peronas que más sonríen son las que más han sufrido".