Se olvidó de sonreír. Se olvidó de que el espejo aún estaba dispuesto a verla guapa. Se olvidó de lo importante que era quererse a sí misma. Se olvidó de ella. Se perdió.

Sus días se pintaron de una amarga monotonía. Llorar era lo único que sabía hacer. Se fue poco a poco autodestruyendo.

Quiso morir. Cayó, se rindió. Deseó desaparecer sin dejar huella por el mundo al que tanto odiaba. Pero no, ella no podía. No era egocéntrica.

Pensó que había gente que se encontraba peor que ella. Gente muriendose de hambre. Gente con cáncer. Gente pobre. Y decidió luchar. Pensó en su familia. Pensó en los corazones rotos que podía dejar con su huida. Pensó que tenía que ser valiente.

Se rindió. Y volvió a luchar. Se rindió y siguió luchando. Se volvió a rendir. Pero aprendió que después de cada caída hay que saber levantarse.